martes, 5 de abril de 2011

Raudel y Claudia

Raudel y Claudia son mis dos nuevos amigos. Claudia es ecuatoriana, tiene 28 años y vive con su madre y dos hermanos menores. Raudel es muy joven, no terminó el instituto pues no le gustaba estudiar y ahora trabaja en una empresa constructora para ganarse la vida. Cuando miro a Claudia siempre me recuerdo de Pocahontas, pues su pelo es largo y negro; ella va siempre arreglada y hasta diría que elegante a su trabajo; es dependienta de un bar en el centro de Barcelona. Raudel, en cambio, va con su uniforme azul, una bufanda y los audífonos conectados a la música que tiene guardada en el móvil. ¿Qué de dónde los conozco? Ah, es que cada lunes, bien temprano en la mañana coincidimos en el metro. Claudia va siempre con un poco de sueño y la cabeza recostada al lateral del banco. Al llegar a la estación de Plaça Espanya, Claudia se nos pierde de vista entre la multitud y Raudel me acompaña hasta la conexión con la línea 3 para hacer cambio de metro, aunque luego nos bajamos en paradas distintas.

El metro es como un dragón subterráneo que devora y escupe personas, y con ellas, devora y escupe también sus historias y sus sueños. Historias y sueños que permanecen ajenos e intactos. Sueños que solo parecen mezclarse cuando un viejo acordeón o algún gastado violín regalan su música a cambio de unas monedas.

Seguramente nunca sabré si la chica de pelo largo y negro se llama en realidad Claudia o si el chico de uniforme azul no terminó el instituto. Me invento sus historias a la par que intento, cada lunes bien temprano en la mañana, hallarle solución a los sudokus que hay en mi móvil. Quizá en Cuba no tendría que inventarme sus historias, a lo mejor, al segundo encuentro, Claudia hubiera alzado su soñolienta cara y rompería el hielo así:

-Caballero que fula la madrugadera esta verdad?...

El mago

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