sábado, 23 de abril de 2011

Desde la mismísima Eva…

Resulta que Dios les dijo al Adán y a la Eva, que podían disponer de todo lo que había en el paraíso, que podían comer de todos los árboles (incluido el árbol de la vida que los haría inmortales), todos los árboles menos uno solo, solo uno: El árbol de la ciencia del bien y del mal. Pues si, ya saben como acaba la historia, teniéndolo todo, se quedaron sin nada. ¿Por qué? Porque desde que el ser humano existe es inconforme.

Historias como las de Adán y Eva se repiten diariamente en nosotros mismos por un motivo o por otro. Si bien me he motivado a escribir sobre esto, les confieso que el análisis bien complicado y pudiera abordarse desde diferentes puntos de vista. A nivel individual, la inconformidad es un arma de doble filo, diría yo más, una daga de cuatro filos en las manos de un niño pequeño. Ser conformista es malo, creo, pero ser inconforme siempre, con todo, es un poco como admitir que la felicidad no existe, que no hay nada que en realidad satisfaga tus necesidades. He conocido personas que por tener tienen hasta criada que les limpia, casa, vida profesional y sentimental consolidadas y así y todo se lamentan constantemente de sus “problemas” y se comparan con otros que según ellos tienen más suerte en la vida. En los países ricos, mientras más queremos tener, más infelices somos y para colmo, todo parece estar “organizado” para que deseemos querer más y más. Y ahí está el truco, no es el crecimiento económico lo que hace la felicidad, sino es la infelicidad la que sostiene al modelo económico consumista y por eso todo está programado para que nunca seamos felices, para que nos falte algo.

Pongamos un ejemplo que siempre me ha chocado desde que estoy en España:

Los ciudadanos del primer mundo han logrado alcanzar una riqueza personal muy elevada, pero junto a ella padecen de una serie de trastornos psicológicos nunca vistos. Para los primer mundistas, unas vacaciones no se entienden si te quedas en casa, hacer vacaciones significa viajar. Hasta ahí todo está bien, la cosa falla cuando se convierte en una obsesión. Hay personas que piden dinero prestado para poder viajar en vacaciones, hay personas que acuden al psicólogo por el llamado síndrome pre-vacacional (stress por el motivo de preparativos de las vacaciones) y otras que padecen el síndrome post-vacacional (stress por haber ido de vacaciones y tener que empezar a trabajar). Hay estudios que han demostrado que hoy en día un catalán adulto tiene un riesgo de tener una depresión tres veces mayor que el riesgo que en su día tuvo su abuelo.

¿Cuándo podemos decir que es suficiente? ¿Podremos llegar a ser felices? ¿Tendrá un límite la inconformidad? Yo, aunque a veces es inevitable, hago mi mayor esfuerzo por no entrar en el juego. ¿Mi modelo a seguir?; el de mis padres, que me demuestran cada día que como decían los sabios de la antigüedad: No es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita.

Los dejo con mi versión de una canción de Silvio Rodríguez sobre la inconformidad humana que he grabado hoy, perdonen las pifias y desentonos.

EL MAGO

martes, 5 de abril de 2011

Raudel y Claudia

Raudel y Claudia son mis dos nuevos amigos. Claudia es ecuatoriana, tiene 28 años y vive con su madre y dos hermanos menores. Raudel es muy joven, no terminó el instituto pues no le gustaba estudiar y ahora trabaja en una empresa constructora para ganarse la vida. Cuando miro a Claudia siempre me recuerdo de Pocahontas, pues su pelo es largo y negro; ella va siempre arreglada y hasta diría que elegante a su trabajo; es dependienta de un bar en el centro de Barcelona. Raudel, en cambio, va con su uniforme azul, una bufanda y los audífonos conectados a la música que tiene guardada en el móvil. ¿Qué de dónde los conozco? Ah, es que cada lunes, bien temprano en la mañana coincidimos en el metro. Claudia va siempre con un poco de sueño y la cabeza recostada al lateral del banco. Al llegar a la estación de Plaça Espanya, Claudia se nos pierde de vista entre la multitud y Raudel me acompaña hasta la conexión con la línea 3 para hacer cambio de metro, aunque luego nos bajamos en paradas distintas.

El metro es como un dragón subterráneo que devora y escupe personas, y con ellas, devora y escupe también sus historias y sus sueños. Historias y sueños que permanecen ajenos e intactos. Sueños que solo parecen mezclarse cuando un viejo acordeón o algún gastado violín regalan su música a cambio de unas monedas.

Seguramente nunca sabré si la chica de pelo largo y negro se llama en realidad Claudia o si el chico de uniforme azul no terminó el instituto. Me invento sus historias a la par que intento, cada lunes bien temprano en la mañana, hallarle solución a los sudokus que hay en mi móvil. Quizá en Cuba no tendría que inventarme sus historias, a lo mejor, al segundo encuentro, Claudia hubiera alzado su soñolienta cara y rompería el hielo así:

-Caballero que fula la madrugadera esta verdad?...

El mago